
Por un momento, no pudo reprimir las lágrimas. Recordó su primer cumpleaños, su primer amor, su primer polvo, su primer trabajo y todos aquellos primeros fracasos que le habían convertido en lo que era: un espantapájaros en el desierto. Pero, sin embargo, ahí estaba, en el lavabo de un apartamento ajeno esperando las fuerzas para salir de aquel habitáculo que olía a moho para escapar del ser que le había procurado tantos orgasmos como años tenía en su haber. Y, como siempre, el aire apestaba a fraude.
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